Cuentos de Eduardo Loedel

“Life’s but a walking shadow, a poor player, / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more. It is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing.” William Shakespeare - Macbeth, Acto V, Escena 5 *

Cuentos Stories

El patito feo (1993)

Seguramente lo escribí para consolarme de no haber llegado nunca a cisne. (Ver Nota sobre el autor)

La variación II me parece la más interesante. ¿Se trata de un pato, como cualquier otro, o de un cisne que vive agobiado bajo el peso de una promesa de gloria que nunca llega a realizarse?

El patito feo

(Tres variaciones)

            El patito feo se ha criado oyendo a la Abuela contar el cuento del patito feo y está convencido de que, un día, él también va a ser cisne.

            Estoicamente resiste las burlas de los demás. Lo hostigan, lo persiguen, lo picotean. Muchas veces piensa en dejarlo todo, escaparse del tormento. Y cada vez recuerda el cuento de la Abuela. Eso le da fuerza para perseverar. Su destino es ser cisne y no puede rehuirlo.

            Todos los días nada hasta un paraje secreto. Allí se examina el plumaje, el largo del cuello, se mira en las aguas tranquilas.

            Pasa el verano, pasa el otoño. Cae la primera nevada: ninguna señal todavía. El estanque se hiela. Ya no puede mirarse en el agua. Pero no pierde las esperanzas. Tiene todo el invierno para cambiar.

I

            Cuando llega la primavera, corre a mirarse en el agua. Ha crecido, sí, pero no más que sus hermanos: sigue pato y sigue feo.

            Con el buen tiempo hay tantas cosas que hacer, que los demás pierden interés en el patito feo.

            Entonces sucede algo curioso: a medida que las burlas se hacen menos frecuentes y crueles, a él le resultan más penosas. A medida que los otros se van acostumbrando a su fealdad o se aburren de mortificarlo, él ya no se conforma con que lo dejen tranquilo. Cuantas menos razones le quedan para pensar que llegará a cisne, más desesperado está por serlo y más necesita el reconocimiento de los otros. La paz no le basta: necesita que admitan haberse equivocado y lo aplaudan. Y no tolera la amistad de otros patitos feos. Su amistad lo ofende. ¿No ven acaso que él no es como ellos? ¿No ven que es un cisne?

            La vida del patito se hace muy difícil. Además de feo, ahora se ha vuelto insufrible. Nadie lo quiere. Ni siquiera la madre puede defenderlo ya.

            Por fin, el patito, harto de la vida de pato entre patos, se va a vivir con los cisnes.

            Ellos me reconocerán, piensa.

            Vuela por toda la comarca y ve muchos cisnes.

            ¡Qué bellos son!, piensa el patito. ¡Con razón no me quieren los patos: me tienen envidia!

            Pero cada vez que se acerca a un cisne, el cisne se da vuelta y se va. Ninguno lo reconoce.

            Es que soy de otro estanque, piensa el patito. Debo darles tiempo.

            Por fin no quedan más estanques ni lagos ni lagunas por visitar. Todos los cisnes lo han visto una vez.

            El patito insiste.

            La segunda vez, los cisnes ya lo conocen y se alejan apenas lo ven.

            ¡Orgullosos!, piensa el patito. ¡No me quieren porque me crie entre patos!

            Si él pudiera mostrarles que los patos nunca lo quisieron, que siempre lo trataron como a un intruso, que él es distinto… ¡Ah, cómo odia a los patos!

            El patito quiere estar solo. Busca un pajonal escondido donde nadie pueda encontrarlo. Le han vuelto las dudas.

            ¿Y si la Abuela se hubiera equivocado? ¿Si él hubiera salido de un huevo como cualquier otro huevo?

            Necesita pensar. Necesita hablar con alguien.

            En el otro extremo del pajonal ve a una gaviota, que está tan sola como él.

            Se le acerca despacio para no ahuyentarla. Quiere preguntarle qué piensa de él: parece sabia y prudente. Además, para una gaviota, ¿qué más da que uno sea pato, pato feo o cisne?

            Está ya por preguntárselo, pero no le parece cortés; quizá más adelante, cuando se conozcan mejor.

            —Perdón.

            —¿Sí?

            —¿Qué haces tú en estas soledades? —le pregunta en cambio.

            —¡Odio a las gaviotas!

            —¿Odias a las gaviotas? —pregunta el patito lleno de asombro.

            —Sí.

            —¿Y por qué?

            —Me tienen envidia.

            —¿Te tienen envidia? —pregunta aún más asombrado.

            —Sí.

            —¿Y por qué?

            —¿No lo ves? —y estira las alas todo lo que puede, como él solía estirar el cuello.

            El patito no lo ve. Solo ve una gaviota, algo ridícula ahora, con las alas tan estiradas.

            —No lo creerás, pero son muy malas —sigue ella, sin esperar la respuesta—. ¡No quieren reconocer que soy un albatros!

            —¡Un albatros!

            —Claro. ¿De qué te sorprendes?

            El patito se queda mudo. La gaviota no es tan sabia como él creyó. Es más bien engreída y estúpida. Cuando al fin reacciona, pregunta:

            —Y si eres albatros, ¿por qué no te vas con ellos?

            —Los albatros tampoco me quieren.

            —¿Por qué no te quieren?

            —Porque me crie con gaviotas. ¡Los albatros somos orgullosos!

            El patito se queda pensando.

            —Gracias. Muchas gracias —le dice al cabo—. Orgullosos y sabios. Me has dado una excelente lección. Ahora sé lo que necesitaba saber. —Y al tiempo que se marcha, agrega:

            —Por fin sé quién soy.

            ¿Y quién se creerá que es?, se queda pensando la gaviota que se cree albatros del pato que se creyó cisne.

                                                                             II

            Cuando llega la primavera y se deshiela el estanque, nota que cada vez le cuesta más llegar hasta el agua. Deja huellas más hondas en la arena. Se hunde más cuando nada. Le resulta más difícil volar. Cada vez hay más diferencia entre él y los otros patitos. Cuando nadan juntos, él siempre se queda último. Todo lo hace más despacio y con más trabajo que los otros, como si llevara un gran peso encima.

            Pronto no puede alzar el vuelo. Al final del verano ya casi no puede nadar. Cuando entra en el agua se hunde tanto, que solo le queda la cabecita afuera. En tierra las cosas no andan mucho mejor. Camina aplastado, jadeando. Termina por no ir más hasta la orilla: es demasiado esfuerzo.

            Nadie sabe qué le pasa. Consultan a la Abuela, a un pato sabio. Todos están de acuerdo en que tiene que llegar al invierno: en el corral cubierto estará protegido del frío y los hombres le darán de comer. Pero mientras el estanque no se hiele, tendrá que ir hasta el agua y buscarse él solo el sustento.

            Como eso es difícil, los mismos que hasta hace poco se burlaban de él, le traen lo que pueden. Pero el patito feo tiene su orgullo. ¿Cómo puede aceptar la caridad de quienes nunca le ocultaron su desprecio? Y no come lo que le traen.

            Un día hermoso, antes de la primera nevada, ya próxima, el patito feo hace un esfuerzo titánico y se arrastra hasta la orilla del lago. Sabe que va a morir y quiere verse por última vez.

            El agua es un espejo. El patito presiente que al fin va a saber la verdad. Se agacha y ve en el agua un patito feo —no le cuesta reconocerse, aunque está enfermo y consumido— y encima de él, un gran cisne, un cisne hermoso y gigante.

            El cisne que lleva, que ha llevado toda la vida cargado a la espalda, le dice:

            —Hoy es tu último día. Hoy, por fin, me ves. Y hoy nos separamos.

            Y al mismo tiempo que el cisne alza el vuelo, se muere el patito. Pero la imagen de ese cisne con las alas blanquísimas desplegadas contra el azul otoñal queda grabada, como una fotografía, en los ojos abiertos del patito muerto.

III

            Cuando llega la primavera y se deshiela el estanque, corre a mirarse en el agua. Lo primero que nota es el cuello, mucho más largo y esbelto. Y todo él es más grande, más elegante, más señorial. No cabe duda: la Abuela tenía razón, él no es como los demás. Ya ni es pato ni es feo; es un hermoso cisne blanco.

            Mientras se queda contemplando absorto su belleza, se da cuenta de que durante el invierno ha habido otro cambio en él, invisible pero más profundo: ya no quiere ser cisne, por muy blanco y muy bello que sea. Ya no quiere ser distinto y sentirse superior.

            Durante los cortos días del invierno, cuando los patos con quienes se había criado le hacían el vacío y evitaban su compañía ostensiblemente, él buscaba refugio junto a la madre que lo había criado; ella siempre había sido muy tierna y bondadosa con él y le había ofrecido el abrigo de su ala; pero a él eso no le bastaba. Necesitaba ser aceptado por los demás patitos, por los que siempre había visto como a sus hermanos.

Entre todos ellos, solo una patita nunca lo había rechazado. Al revés. Siempre había estado dispuesta a jugar con él, acompañarlo, escucharlo, consolarlo. La amistad de esa patita lo había llenado de amor y gratitud. Cada vez que se separaban se quedaba pensando cuánto más valía esa amistad que la belleza de todos los cisnes del universo.

            Durante las largas noches del invierno había tenido tiempo para reflexionar. ¿De qué le valía ser cisne? Él se había criado entre patos y por más cisne que pareciera por fuera, él se sentía tan pato por dentro como los demás. El cuento de la Abuela no tenía ningún sentido. Él se había creído que, por ser cisne y bello, se granjearía la aprobación instantánea de los demás, que era lo que él más quería en el mundo. Él, que se había criado entre las burlas de sus propios hermanos y con el más profundo desprecio del resto del estanque, necesitaba desesperadamente que lo aceptaran como era, que lo trataran como a los demás, como a un miembro cualquiera de la gran familia acuática. En su ingenuidad infantil se había creído el cuento al pie de la letra: si él era cisne, los demás, llenos de admiración, le rendirían pleitesía. ¡Qué equivocada había estado la Abuela!

            La verdad era que en toda su infancia y adolescencia había tenido una sola amiga, la patita buena. Y tan leal había sido ella en su amistad que, por estar con él, muchas veces había tenido que sufrir los severos castigos de sus padres. ¡Y ahora la iba a perder! Porque él no podía quedarse con los patos y cuando se marchara, no podría llevarla consigo. A lo mejor los cisnes, viéndolo como ellos, terminaran aceptándolo a él, pero jamás la aceptarían a ella. ¿Cómo podía entonces pedirle que lo acompañase? Ya bastante había sufrido ella por culpa de él. ¿Qué iba a hacer ahora sin ella?

            Todos esos pensamientos amargos que tuvo ese invierno los recuerda ahora junto a la orilla del estanque. Piensa en volver a despedirse de su amiga, quisiera agradecerle su lealtad, decirle cuánto lo ayudó a sobrellevar su infortunio; le gustaría ver una vez más a su madre, volver a acurrucarse bajo su ala tibia como cuando todavía era chico, patito y feo. Quisiera volver a ver el nido donde nació. Pero ya es demasiado tarde. Ahora sabe exactamente quién es: un pato paria con destino de cisne.

            Alza el vuelo y se va para siempre. Sabe que si algún día vuelve a esas orillas será solo para morir.

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